Muriendo yo, en la templada noche,
al sonido impávido que las luces me cuentan..
al tenor de una tarde.
Crepúsculo rojo que me habla de ti.
Por ti muero yo, sobre orillas de plata
y por confines de enerbada cumbre.
Me acomodo en el extasis sincero
que acelera mi sentir,
me apago y me enciendo,
me enamoro cada día más
y más hasta doler las vísceras
y ver nacer laureles en el fondo
de mi corazón.
Hambriento de tu carne, dolorido de pasión, te busco cada noche,
muriendo yo, en las auroras
ocultas.
En los temblores que arma la tierra,
– perpetuo de tu voz –
las promesas que me faltan
y la hiel que me sobra.
Yo admito el veneno de tus sorbos,
la demencia de mi ser y mi sed.
No me separo ni de tus dagas
ni de tu latitud, vuscandote en el acero que moldea mi piel.
Muriendo yo, en cada verso,
en cada flor, en cada beso.
Muriendo yo en el azul cristalino
por el que también mueren tus ojos.
LA MUJER DE MI VIDA.
Esos ojos, esos labios,
cuanta pasión suscitaron,
aquellas piernas bonitas,
a cuantos encandilaron.
Así es la bella Lorea
mi fuente de inspiración
la que me aporta la idea
cuando le escribo al amor.
No conocí su inocencia
aquella de juventud,
ahora con su presencia
le da a mis versos su luz.
No ha perdido con los años
la esencia de esa mujer
tan solo con su mirada
puede hacerte enloquecer.
Es sensual, delicada,
sensible y muy amorosa
la princesa deseada,
es ella la más hermosa.
¡¡ QUIZÁS!!
Un poeta se pregunta
si acaso se acuerda de él
la mujer que tanto amó
y ya es flor de otro jardín.
Mucho tiempo ya ha pasado
del beso de despedida
y no olvida aquellos ojos
que amorosos lo miraron.
Eran muchachos los dos
pero les llegó el invierno
y hoy con el tiempo implacable
él no sabe nada de ella.
Dos veredas divergentes
que ya no se cruzarán,
¿Me recuerdan?, se pregunta
y la luna le contesta…
a tus poemas… ¡Quizás!
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