El atardecer de tu frente
longeva y febril,
ha pasado de castaño a oscuro.
Los ímpetus de tus ojos
intactos y risueños
irradian fulgores de Luna,
de sombras eternas,
que unidas en un connubio
me enloquecen, me embrujan…
Esos lumínicos besos de tus labios
cubren los sórdidos
y las tristes noches…
Ese miedo a ganarte o perderte
invade con tamiz
la textura de tu aliento
que herrumbroso ha llegado a mí.
Atardeceres en tu pelo
en ocasos y ponientes,
de noche y de día…
atardeceres en tu alcoba,
en ausencia de aquel
que vuela en las frías madrugadas
y sórdidos amaneceres,
cómo un pájaro o un hombre…